El ruido y la furia: dos casas en función estelar del fin de semana [16-17.08.2024]
Mientras el invierno aún no se clausura, N! espacio (Magdalena del Mar) y Casa Bagre (Centro de Lima) abren sus puertas para dar paso a dos propuestas de ruido y colectividad en la ciudad.
Lima es una ciudad tanto hiperpoblada como inhabitable. Mucho -“mucho” es decir muy poco, en realidad- se ha escrito sobre lo horrible y hostil que es esta metropolis. Lo más cierto de todos esos relatos e historias que se acumulan a lo largo del tiempo, y que dan cuenta sobre su constitución como aquella ciudad que conocemos hoy en día, es que mucha gente vive muy mal en Lima. Una gran parte de mis pensamientos más violentos y agresivos han tenido lugar en medio de un atoramiento vehicular. Aquel espacio donde cualquier habitante de Lima desperdicia una cantidad criminal de tiempo. Uno se sabe habitante de aquí porque la ciudad te lo hace saber: te consumes en su propio ruido y su propia furia. Pienso en todo esto mientras me pudro con angustia en el cruce de la Av. El Ejército con la Av. Brasil. Antes de ser una intrevenosa vehicular que atraviesa cinco distritos de norte a este, en la planificación urbana de hace dos siglos este era un camino que conectaba el centro con el mar. “Camino de la Magdalena” se le llamó solo hasta 1908. La combi avanza con una lentitud irritante y ridícula. Al mismo tiempo, a través de los plásticos rayados del ventanal, aparecen los primeros metros de una imagen santa: el monumento al Inmaculado Corazón de María. Una virgen blanquísima que sostiene un corazón y un rosario de metal se erige sobre al menos 12 metros de altura para marcar el final de esta larga avenida. De espaldas al océano Pacífico, su mirada bendice a los pequeños mártires del tráfico. A los que se pudren refundidos en los márgenes del tiempo. A los que llegan tarde.
Este es un viaje al revés: empezamos por el final de la Brasil. Me bajo en las orillas de la avenida principal para acortar la espera. Sé cómo llegar sin pensar demasiado. Casi en automático. Entre gigantes minimarkets, bancos y cadenas de restaurantes está N!, conocido por ser uno de los (pocos) espacios donde orbitan los circuitos sónicos del arte experimental. Esta casa está en actividad desde tiempos pre-pandémicos y ha albergado a distintas propuestas que se ubican en el gran espectro de la música experimental, a pesar de las distancias generacionales o estéticas. Un punto de peregrinaje para las sensibilidades catárticas, caóticas y furiosas, siempre vigilado por las miradas de curiosos, vecinos quejones y serenazgos. Hace menos de un mes esta casa en Magdalena reabrió sus puertas re-bautizada y re-modelada para consolidarse como espacio permanente con un micro-recital organizado por los colectivos Suma y Deshumanización. A pesar de que es posible comentar particularmente cada intervención presentada en el “micro-recital”, el resultado concreto de aquella fecha fue una muestra sobre cómo el ruido se va organizando en estos circuitos locales.
El contexto del encuentro de hoy es un tanto distinto, sin embargo. El paso del ensamble del IOIC - Institue of Incoherent Cinematography por Lima -en el marco del IOIC Fitzcarraldo Tour por Brasil, Colombia y Perú-, nos dejó dos fechas en otros dos puntos de la ciudad importantes para la escena de música y arte experimental: proyectoamil (Barranco) y El Paradero (Lince). “El acuario cinematográfico” es una intervención sonora sobre una serie de películas del cine mudo a través de la improvisación del ensamble, quienes trabajan con voz e instrumentos procesados. Esta fecha en N! es un acontecimiento un tanto rápido e improvisado para despedir al ensamble, donde también intervienen como locales Mauricio Moquillaza y Erick del Águila (Selvagia). La hora pactada es a las 8 de la noche. Cuando llego a la casa marcada con el numeral 1049 la hora bordea las 9. Nada ha empezado aún. Antes de sugerir el hábito de la impuntualidad -que existe-, mejor es echarle la culpa al tráfico. Mientras saludo a los de siempre van llegando más personas. La instalación es dentro de la casa, una pseudo sala poblada de cables y moduladores. Por los ventanales se ve el patio de la casa: una selva púrpura neón, de color casi infeccioso. No habrán proyecciones de cine mudo ahora; los visuales están a cargo de Esteban Coronel. La relación simbiótica de los visuales con las piezas sonoras que se presentan en este espacio es fundamental para entender el visual, no como un acompañamiento, sino como parte de la experiencia inmersiva que requiere toda esta producción hecha bajo el gran espectro -nuevamente, gran espectro- de lo experimental.
Y es que el eje de estos circuitos que se constituyen al rededor de espacios como N! son el de la necesidad de acontecimientos. Por un lado, está la tendencia a la colaboración entre músicos a través de la improvisación -ya sea con cierto grado de estructura, o más bien carente de esto en lo absoluto- que abunda en estos eventos. Si estas composiciones pueden ser evaluadas o medidas a través de una escala de valor, esa escala no está necesariamente en relación a la maestría sobre el instrumento, sino en la capacidad de producir una experiencia. Una sensibilidad. Por otro lado, siguiendo la línea del “acontecimiento”, la forma en la que nos acercamos o “consumimos” estas experiencias son únicas. Y por “único” no me refiero a necesariamente “novedoso”, porque esta práctica está altamente registrada en un gran rango de disciplinas artísticas -pensando, por ejemplo, en el happening-.
La urgencia con la que emergen todas estas composiciones, sin embargo, obligan a que el propio público se integre a aquella colectividad de la colaboración artística: todo empieza por el simple hecho de que el set hecho en determinado evento no se volverá a repetir en el siguiente. Incluso si lo hiciese, no va a ser de la misma forma. E incluso si puede ser registrado en vídeo o en audio, hay una irrepetibilidad que es imposible de capturar. No es solo “música en vivo”. Aquí el público se acerca a estos espacios y convive en ellos por ese mismo factor: tienes que ir a verlo. Verdaderamente un peregrinaje. Esto crea la necesidad de que se habiliten los espacios para ser tomados por aquella experiencia. Cosa medio imposible y conflictuante en una ciudad donde los espacios se van clausurando a partir de otras lógicas. En un momento donde las crisis económicas encarecen la vida y los ciudadanos son hipervigilados en nombre del “orden” y la “seguridad”, N! es un paréntesis -tal vez un gran corchete-, de entre tantos paréntesis que necesitamos.
Alrededor de 8 sets cautivantes se interpretaron con distintas formaciones del ensamble: Constanza Pelicci con voz, Thelmo Cristovam con un estruendoso saxofón alto, Linda Vogel y Marina Mello con arpas procesadas e intervenidas, y Bit-turner en los electrónicos. Moquillaza volvió con el charango procesado con pedales y Del Águila también iba con la electrónica. Empezamos con la dupla de Thelmo Cristovam y Constanza Pelicci, un dúo de vientos entre el saxo y la exploración vocal colisionando entre sí. Le sigue otro set ambiental donde la voz etérea está al centro, a cargo de Pelicci, junto a Linda Vogel en el arpa y Bit-turner. Las intervenciones de los locales -Moquillaza y Del Águila- aparecen junto con un set altamente texturizado y por momentos inquietante a dos arpas (Vogel y Marina Mello), para seguir con un dúo de charango (Moquillaza, otra vez) y saxofón (Cristovam) antes de darle un descanso a la asistencia del lugar y seguir con los ensambles. Este encuentro internacional también persiste a través de la misma lógica: una comunicación mediada por lo sonoro que es posible a partir de los encuentros. La noche se corona con un DJ set de Selvagia, quien se manejaba un rango brutal entre el hyperpop y el industrial hacia el perreo y el merengue. Todo termina inesperadamente, cuando quedan pocos bailando y se apaga la selva neón. La policía ya comienza a reventar la puerta pidiendo silencio. Está difícil eso. Al irme no me despido de nadie. Lo más seguro es que al día siguiente nos encontremos. Estando tanto tiempo aquí una sabe a qué hora hay que irse. Una entra y sale de aquí como si fuese su propia casa.
Del Jirón Domingo Ponte al Jirón Moquegua podrían recorreserse aproximadamente siete mil metros. Siete kilómetros. Partimos de la Av. Brasil para ir a su otro extremo: el punto cero de la avenida. Ya les decía que este era un viaje al revés. Nos recibe un Bolognesi de bronce reformado por Odría. Luego hay que atravesar los pasajes del Centro de Lima y su decadencia barroca: a los vestigios de nuestro pasado colonial y la arquitectura de la gloriosa modernidad por venir se le incorporan sin disimulo los elementos de la vida económica, política y nocturna de la ciudad. Entre casas de gobierno, burócratas y monumentos heróicos se concentran los núcleos productivos del milagro peruano, precarios y violentos. Y se concrentra el ruido. Tanto ruido. Mucho más hacia el norte de la primera parada de nuestro fin de semana está Casa Bagre. Historizar la aparición de Casa Bagre es un poco difícil, tal vez porque haciendo una memoria personal sobre la vida nocturna Bagre ha estado siempre ahí. Como un lugar al que uno simplemente llega. Yendo más allá de los recuentos propios, es innegable que este sótano es un referente de espacio underground en la ciudad desde hace un buen tiempo. Exposiciones, proyecciones, performances, conciertos, recitales, fiestas… tú nómbralo y en Bagre ya se hizo en algún momento. Mientras Lima entera se planifica y se construye hacia arriba, lo raro y lo kitsch -lo monstruoso, lo inadecuado; en resumen, LO BAGRE- se hace un lugar propio en paralelo, pero a la inversa: en lo subterráneo. Ese es el espacio por excelencia de la disidencia estética, política y cultural.
Es sábado. Antes de entrar por fin a Casa Bagre tengo un ajuste de cuentas pendiente con el estómago propio. Atravesando las venas congestionadas del Centro de Lima hacia los jirones peatonalizados buscamos algo para comer. No estoy sola hoy. Me acompaña Augusto. Después de salir de un recital de poesía en la Casa de la Literatura no puedo dejar de pensar en los espacios reservados para la cultura. Y en los lugares donde circula toda esta producción. Me siento disociada. Puro soponcio y vértigo. No lo soporto. Hay una gran parte de mi que se interpela por el simple hecho de pertenecer a estos espacios cada vez más cerrados. De seguir ahí a pesar de ya no sentirme comprometida con ellos. Al fin y al cabo de eso se trata la comodidad. Lo había pensado seriamente durante la semana. Le he dado vueltas a este asunto en los últimos dos meses. Sin embargo, tomé sin reparo esta decisión bajo las luces neón de un chifa con el encanto que solo tienen los lugares donde se lava dinero: no volveré ahí jamás. No volveré a pisar un recital. No volveré a trabajar con otro editor. Estoy harta. Ya no me interesa. Hablo desde el rencor de haber visto estos espacios caducar. Y desde la tristeza del tiempo desperdiciado. De las cosas que irremediablemente no volverán a ser las mismas. De lo irreparable. Habrá que comenzar de nuevo. Augusto no lo sabe muy bien pero es testigo de este pacto que he hecho conmigo misma. Vamos tarde pero sin apuro. Todo se atrasa al menos una hora más de lo anunciado. Ya es costumbre. Quiero sentir algo de calor. Pido una gran sopa wantán para matar el hambre.
“Me saqué la mugre” es un concierto organizado por los colectivos docestantes y chuma/puputi -docestantes es una especie de magazine web donde circula la producción de arte joven y local; chuma/puputi es un sello discográfico y productora de conciertos-. Al primer anuncio de esta fecha me llamó muchísimo la atención la conformación del cartel. Por un lado está la cuota de chuma/puputi: Superfuzz y Antibióticos, nombres que han ido creciendo en este año para consolidarse como la vanguardia del egg punk local; Huachiman, quien ha ganado notoriedad hace no mucho a partir de su sonido ecléctico que se ubica entre lo melódico y lo enérgico del jamm electrónico; Haitibonaire, proyecto de estruendoso digital hardcore e industrial. En el escenario Balazera acompaña a Antibióticos, contrastando con un cover eterno de American Football y afirmándose en el math rock. Por otro lado destacan dos nombres ya conocidos en la escena local desde los 2010: Susana Fátima, parte de la desaparecida banda de indie pop Gomas; y Eva & John, mítica banda que transita entre el noise, el indie y un shoegaze canónicamente noventero. También están Tomyor, banda de un indie pop particularmente punkie, pegadizo e irreverente -el cual me recuerda muchísimo al tontipop español de Aiko El Grupo o de Axolotes Mexicanos, cosa que no he visto replicarse o versionarse localmente-; y Mugreo, proyecto de indie folk de quien se presta el nombre para el evento. En principio es una despedida para Mugreo -parte también del colectivo Docestantes-, que se va del país. Retirándonos de ese contexto podemos también entender este concierto como una muestra de los otros circuitos emergentes que congregan a un público jovencísimo hambriento de novedad.
Me sellan el brazo. Recuerdo especialmente un concierto aquí durante la semana más cruel de nuestro último verano. Era febrero y nos derretíamos. Al descender por los escalones de Bagre, mucho antes de percibir el ruido, lo primero que uno siente es calor. La estética de sus paredes es el de la intervención: no hay espacio que no sea re-apropiado una y otra vez por pintas, grafitis, fotos, stickers y un largo etcétera de materiales. Un gran collage que, más que cambiar, va mutando cada vez que vuelves a este sótano. Nuevos sentidos. Nuevos colores. Nuevos mensajes. Un gran ventilador al fondo hace una especie de aguante para los que salen empapados del pogo. Hay una bruma de sudor y humo que cubre toda esta atmósfera. Y el aire se intoxica con el olor pintura fresca. Un auténtico averno, en el mejor sentido de la palabra. O una réplica contemporánea. Hacia el fondo hay un gran cartel que dice: “TODOS DAN, TODOS RECIBEN”. La referencia es clarísima al mítico “Averno”, epicentro de la contracultura local hasta su clausura en el 2012. Esta referencia no es nada inocente. El reconocimiento de aquello que precede a estos espacios es importantísimo para pensar en las formas de sostenerlos hoy en día, en momentos de profunda crisis política y social. Para reconocer, en principio, que tenemos una historia de resistencias y disensos. Que aquella historia tiene algo que decirnos sobre cómo organizar nuestro ruido y nuestra violencia. Nuestro ímpetu. Comenzar a vernos en colectivo. Mientras pienso en esto me dejo embriagar por todos estos acontecimientos desenvolviéndose frente a mis ojos. Prendo un cigarro. Se va preparando Antibióticos/Balazera para tocar.
La energía del público más avezado en el pogo se mantiene un tanto intacta. Al menos desde Antibióticos/Balazera hasta Haitibonaire. La presentación de Haitibonaire es la más memorable de la noche por el espíritu noisero y caótico, que invitaba a todo Bagre a ser parte de su violencia improvisada. Sin embargo, quienes claramente eran los más esperados eran Superfuzz y Tomyor. Más allá de las quejas por el sonido del local mismo, algo que me parece innegable es que estas bandas y proyectos -algunos más que otros- están llenando conciertos y tienen un público que va a verlos constantemente. Que se sabe sus letras. Que los escucha. Esto puede explicarse de varias formas. Particularmente pienso que tiene que ver con la urgencia de nuevos sonidos y nuevos espacios frente a la decadencia de las escenas del indie que han visto su declive a inicios de este año. Nuevos ruidos que estén a la altura de la brutalidad de nuestros tiempos. Habría que recordar también que el encarecimiento de la vida noctura y de la producción de conciertos hace que este público prefiera estos espacios por su accesibilidad. Muy a pesar que sus propias condiciones de organización puedan ser más precarias que las de un concierto local promedio, prevalece el colectivismo y la coperatividad más rudimentaria, muy por sobre la lógica de la ganancia. Mientras pasan las horas el evento va decreciendo. Las piernas me pesan de repente y siento que tengo pegado sudor ajeno en el cuerpo. Aún así espero para cerrar Bagre por pura nostalgia: Susana Fátima y Eva & John. Especialmente a Eva & John, resucitados inesperadamente el año pasado para volver a escenarios y de quienes se espera (me sincero: de quienes espero) nuevo material. Personalmente son mis favoritos, cada vez que les he visto suenan increíble. Son los últimos en tocar. Hay menos personas en el corazón subterráneo de este local. Se respira muchísimo mejor. Son las 2 de la mañana y la chela se remata a cuatro soles. Las luces fosforescentes siguen encedidas.
Nos vamos rápido hacia Jirón de la Unión para agarrar un lechucero. Estoy cansada. Quisiera llegar en un segundo al pie de mi cama. Al instante recuerdas que la vida está demasiado cara como para pedir un taxi. En estos momentos la ciudad realmente parece habitable. Funciona a medias. Augusto y su amigo Sebastián hablan de cosas mirándose de frente. Por momentos no los escucho. Me pierdo en el recuento de lo que he visto durante este fin de semana. En esta adicción de peregrinar a estos lugares, encontrarles una lógica y abrazar su resistencia sónica. Hacerse parte de ellos esperando una especie de respuesta elemental para lidiar la inconformidad e insatisfacción que es vivir aquí. Encontrar otros lugares para habitar: extremos, inadecuados, intensos. Esta adicción de sentir algo distinto. De empujar límites. De borrarlos. De hacerlos mierda. De hacer algo distinto, sea lo que sea. Por momentos los escucho hablar de cosas y me olvido de toda esta presión. Me olvido de todas estas búsquedas. Me río. Avanzamos por la Vía Expresa. Imagino que a esta hora se corre mejor. Setenta kilómetros por hora esperando el deceso de la madrugada. Mastico un kilométrico en oferta. Salvo mi economía. Digo chao, hasta pronto. Se acaba el viaje. Camino a casa y me voy a dormir esperando sobrevivir a la semana. Espero buenas noticias… tal vez solo noticias. Espero volver a estas otras casas y encontrar a la misma gente. Quejarme de las mismas cosas. Escuchar con atención. Mover la cabeza. Sentir calor. Hallar respuestas en el ruido.
muchísimas gracias a Recs (@recs_____) y a Alexi Av (@lexi_elchicophoto) por compartirnos sus propios registros fotográficos de los eventos mencionados en esta crónica. aguante.